
Cantaba la Sarita como nadie.
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Yo me fumo cuando te pienso
y ni siquiera espero.
Me fumo las meninges lentamente,
como helado de vainilla al sol,
me fumo el clímax hacia dentro.
¡La suerte está echada!
No me corro porque no quiero
-como César Vallejo-,
ni me oigo
ni me crezco
ni tan siquiera grito de dolor;
tan sólo
me fumo el orgullo torero
sin toro
sin arte
ni cuernos.
Sin cuadrilla
ni gente
ni ruedo.
Me fumo porque te quiero.
Hasta me fumo el humo
Lo que queda después de fumarme
es un colillero,
un derribo de pasiones
apagadas
-aunque me las siento
clavadas en la nuca
sangrantes en el pelo-
las cenizas del papel
de estos pobres antiversos.
Me fumo porque te espero.